Recuerdo que tomé la fotografía que acompaña estas líneas al finalizar una de las primeras jornadas de la edición 2019 del Cotif, año en el que me estrené como colaborador en el departamento de comunicación. Tras recoger mis bártulos, me iba directo hacia la pista de atletismo aledaña en la que me esperaba aparcado el coche cuando en el camino me encontré con un grupo de niños jugando a fútbol sobre el césped de Els Arcs. Pequeños que seguramente querían emular a los jóvenes futbolistas que habían hollado el verde horas antes. No me quedé mucho tiempo por la zona -ya era tarde y todos nos teníamos que ir, de hecho los padres no tardaron en llamarles a filas- pero sí llegué a ver como dividían al grupo en dos equipos y empezaban un envite de los de antes, un partido donde las normas están difuminadas, donde impera el fútbol de calle. Creo que hasta llegué a ver como marcaban un gol -acompañado de la obligada celebración con el compañero y la correspondiente burla destinada al contrario- antes de hacer caso a regañadientes a los requerimientos de sus progenitores, que no tenían otra intención que irse a casa a descansar.
Este minipartido lleno de energía definió lo que percibí como la esencia de la competición celebrada en l’Alcúdia. En un universo fútbol cada vez más mercantilizado y global -algunos mandamases europeos ya plantean una superliga que podría descafeinar los torneos locales- se agradece ver a jugadores sub-20 que, aunque vislumbran como meta clara el profesionalismo, aún luchan cada balón como si fuera el último. Hablamos de un deporte de «pillos» donde la fuerza física no lo es todo -en el año que pude ver desde el palco de prensa el canalizador del juego de Argentina y el 5 ruso ya se mostraban como solistas mucho más cancheros que el resto, por ejemplo- y no podemos obviar que el fútbol a esas edades es como un preámbulo de lo que vendrá después. Sin embargo, aún se percibe algo más natural, menos preñado de negocio. Los tentáculos del dinero vienen más tarde. Ningún jugador que quiera alcanzar la élite puede escapar de ellos.
Y ahí es dónde reside el secreto del torneo: en el hecho de que profundiza en las raíces del fútbol, en los fundamentos de un deporte que ya es cultura en muchos lugares del planeta y que cada fin de semana tiene una más que notable influencia en los sentimientos de miles de seres humanos. Ese pequeño grupo de chavales, seguramente sin ser conscientes de ello, escenificaban la importancia de organizar partidos donde los pequeños puedan ver desde cerca y en carne y hueso a semiprofesionales que en unos años podrían ocupar portadas de diarios. No todo debe observarse desde el televisor. Los más pequeños necesitan ídolos en los que verse representados y nada más fácil que identificarte con el jugador que logra dominar un partido a pocos metros de la banda en la que estás sentado. Las raíces del fútbol son profundas, variadas y multiétnicas y todo ello se cumple en el COTIF. Solo cabe esperar que así sea por muchos años.
Por José Luis García LlagüesPor José Luis García Llagües